CEMENTERIO
Un día, hace años, circulando al lado de las tapias de un cementerio, uno de mis hijos, infante de poca edad, me decía lleno de toda convicción:
Papa ¿Aquí es donde VIVEN los muertos?
Me quedé asombrado por la pregunta formulada.
Después de meditar la respuesta no me quedó más remedio que contestarle que sí, que aquella era la casa donde se iban o llevaban a vivir a los muertos.
Puede que sea la más correcta definición de la palabra la que me ofreció mi hijo, no creo poder encontrar ninguna mejor.
El niño (tómese en plural) ven y saben que se construyen nichos y sepulturas, cuando se es más poderoso económicamente se edifican unos imponentes mausoleos, pequeñas casitas (por grandes que requieran hacer siempre son pequeñas, excepto las pirámides de los faraones y la Cruz de los Caídos para el Excmo. D. Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios) aunque más que suficientes para albergar al trozo de carne y huesos que en él se deja alojado; los nichos son como las casas modernas, unas construcciones altas, con muchos agujeros, estrechas y pequeñas, parecido a los barrios de bloques, por un ejemplo el barrio de la Concepción en Madrid u otros muchos en cualquier pueblo o ciudad.
Se compran, se adquieren o se mandan construir aun antes de convertirse en fiambre no comestible, se preparan su sitio de “descanso eterno” (la verdad es que hay cada opinión chorra que no hay quien las aguante).
Absurdo no preocuparse por el descanso que tenga el alma, que es lo único que permanece y seguirá existiendo eternamente y molestarse, por las condiciones en que va a quedar el alimento de gusanitos y gusanazos.
No soy en absoluto partidario de que me entierren, sea nicho o sepultura, si quieren comer de mi paupérrima carne los gusanos, les aseguro que van listos, conmigo no les quedará más solución que ponerse a rastrear y a trabajar si quieren comer.
Puede que la decisión me venga de la edad infantil en la que durante los tres meses de verano ejercía por las mañanas o tardes como monaguillo en un pueblo de la provincia de Toledo e ignoro por que motivo morboso me gustaba ir a todos los entierros que, por realizarse en pueblo, se iba acompañando al muerto hasta el cementerio y se estaba al lado del féretro (como monaguillo mi sitio era de privilegio) hasta que lo metían dentro del agujero.
¿Puedo decir que disfrutaba como un cosaco sin ofender a nadie? Sí, creo que lo puedo decir y el que se ofenda peor para él, demuestra no tener ningún sentido del humor y ni siquiera unas creencias del futuro o mejor dicho sobre el Más Allá.
Seguramente el espíritu crítico y la percepción de lo que consideraba como una exageración me hacía ver las cosas de forma distinta a como las percibían las personas adultas y seguramente, para mi fortuna, ese sentido contracorriente, ese espíritu infantil y crítico lo mantengo hasta el momento.
Me admiraba sobremanera notar que cuando el sacerdote y los dos monaguillos, uno con la Cruz Alzada y el otro con el hisopo del agua bendita, nos acercábamos a la casa del difunto no se oía ni un solo ruido pero desde el mismo momento que éramos avistados, los padres, hijos, tíos, primos y demás familia se ponían a llorar, a gritar y a vocear: “¡Ay cordera/o mía/o! ¡Cordera /o que ya nos dejas! ¡Cordera /o no te vayas!”
En aquel entonces aquello de cordera/o me sonaba, y pido perdón por tener tan malos instintos, a borrega/o y lo consideraba no muy adecuado, aun cuando fuese tradición de ese lugar.
Me admiraba también el momento en que, una vez depositado el féretro, en la fosa, la gente empezase a hacer como si besase la tierra recogida en su puño y la lanzase asomándose a ver dónde caía y no comenzaban la retirada hasta que los sepultureros llevaban arrojadas sobre el ataúd unas cuantas paletadas de tierra.
No podía dejar de pensar si el no irse era para comprobar que el difunto no pensaba levantarse y en caso de que lo intentase desistiese de su error por tener encima la suficiente cantidad de tierra para impedírselo.
Conozco un simpatiquísimo sucedido en un pueblo de la provincia de Albacete del que fue testigo, casi puedo decir único testigo, un tío mío que era sacerdote de ese pueblo o villa (para no ofender a sus habitantes, ya que tienen esa categoría). Una vez que llegó a la casa y a la habitación donde se hallaba tendido el muerto dentro del ataúd, procedió a decir el responso rodeado por todos los allegados del difunto. Llegado que fue el momento de arrojar con el hisopo el agua bendita, el difunto, el muerto aquel que reposaba todo tiesecito dentro de su bonita cajita de madera, se izó de pronto quedando sentado de un golpe.
¡Ah! Maravilla del amor desecho por el dolor. Todas aquellas almas dolidas por la desesperación del muy querido ser, salieron atropelladamente de la habitación, dejando al cura y al muerto más solo que las dos. Ninguno de aquellos dolidos familiares, amigos y deudos se quedaron para auxiliar y alegrarse de la resurrección del muerto. El muerto estaba muy bien muerto y no tuvo necesidad de dar el disgusto de no haber expirado a sus familiares, el sentarse de golpe fue debido a un movimiento no muy usual, pero que se da en algunos casos, según las causas de la muerte.
Esta anécdota sirve para comprender mis posteriores ideas.
Ya cuando era un mozalbete que empezaba a usar la maquinilla de afeitar, comprobé por haber tenido que asistir a algunos entierros, que aquellos mismos que tanto lloraban al pobre y muerto difunto, justo al día siguiente, en un caso fue antes de terminar el día, se ponían a discutir más o menos acaloradamente de lo que les correspondía a cada uno de los bienes del que había dejado este perro Mundo.
Esto me dio el motivo de poder llamar a los cementerios de esos pueblos, los casos conocidos se dieron en las provincias de Cuenca, Albacete, Toledo y Madrid, como la Alegría del Pueblo pues gracias a encontrarse el amado y llorado vivo-muerto en ese lugar había quién cambiaba de aspecto y de forma de vida. Dándome pie para meditar quien era en realidad el que había pasado a mejor vida, si el vivo o el muerto, sacando la conclusión de que pasa a ocupar mejor vida el vivo.
Desde hace muchos años decidí no ir jamás a cementerio alguno a no ser para asistir a algún entierro por puro compromiso, pero obre todo nunca en los días señalados, ese 1º de Noviembre o colindantes, haciendo la confesión de que sí tengo, seres queridos en ellos, padres y hermana, pero eso no es óbice para ir, simplemente es que me desagrada sobremanera la difunta fiesta campera.
La última vez que estuve en un cementerio en esa fecha no pude evitar sentarme encima de una lápida y contemplar a toda la gente que acudía con los ramos y coronas de flores a depositarlas encima de las tumbas o ponerlas en los nichos, a otros limpiando con un cubo de agua y un cepillo las lápidas de piedra o mármol. Charlando sobre las bondades del muerto, resaltando las virtudes, parece ser que cuando se ha muerto es cuando únicamente se tienen virtudes, lo que demuestra que para ser bueno lo mejor es morirse.
Aquel día decidí crearme una idea-ficción, pensé:
¿Qué sucedería y cómo reaccionaria toda aquella gente que tan amorosamente iba a “ver a sus muertos” amados, sentidos y llorados muertos, si de pronto se abrieran nichos, mausoleos y tumbas y los amados, inolvidados y llorados fiambres salieran de sus lugares de asentamiento para abrazar y dar las gracias a sus amados, a los que tanto les querían y tanto lloraban y habían llorado por ellos?
Imaginé a limpios esqueletos, todos pulcros como lavados por el mejor detergente que se puede anunciar; unos amarillentos, hechos un asquito; otros soltando gusanitos, bichitos que se encontrarían realmente enfadados por no permitirles seguir degustándoles con tranquilidad; otros bien vestiditos, con el traje de defuncionar que les pusieron para el camino, largo camino que tienen de andar, y lo más chungo es que los pobres desde que les dejan en el agujero, de una u otra clase, estás comprobado que se mueven menos que los que pertenecían al Movimiento Nacional, hoy Asamblea Federal del P.S.OBRERO E. y también veía a los que, por no ser antiguos en su residencia se encontraban en principios de estado de descomposición y aunque dé repulsión a más de uno el hablar de ello, se tendrá que reconocer que deben de estar de un asco evidentemente repugnante con la babilla verde-amarillenta saliéndoles de boca y orejas.
Lo que a continuación imaginativamente presencié fue algo desolador y bochornoso. Aquella viuda que tanto decía de su buen esposo al que seguía amando como cuando vivía a su lado, le daba con el cubo y el cepillo al amado, al nunca olvidado y añorado esposo, insultándole y llenándole de improperios: “¡Sigues tan canalla y golfo como cuando vivías, vuelve dentro desgraciado, no quiero ni verte un solo instante!” ¡El próximo año va a venir la madre que te parió! La madre que le había parido, convertida en amarillentos huesos, acordaba la retirada de nuevo a su lecho antes que enfrentarse con su muy amada nuera. ¿Dónde habían quedado los dulces sentimientos que antes había demostrado?
Vi. y oí dar gritos histéricos, insultos, tacos, blasfemias, estacazos, carreras huidas, en total un verdadero fiasco que ocasionaba hastío. Pensé que en realidad era mejor irse de romería a la pradera, al zoológico, a bailar, al cine o al teatro y saldría más barato y sería menos hipócrita que el acudir con el ramo o la corona de flores al cementerio.
Desde entonces decidí no acudir jamás al cementerio, es más, ni de fiambre, prefiero que me quemen, me hagan polvo, fosfatina y que mis cenizas sean lanzadas al aire para que por lo menos puedan moverse y darse unas cuantas vueltas por ahí, no seguir parado, quieto y estático ni después de muerto, evitar que mis allegados, hijos/as, nueros/as, yernas/nos, nietos/as y demás familia, me recuerden por mis actos, por las acciones, malas y buenas, que cuando deje este Valle de Lágrimas (Hay que reconocer que el que dijo la frase era un rato repipi, pedante y repelente)
No tenga nadie la obligación de acudir ni por tradición una sola vez a la tumba y decir eso de: “¿Qué buena persona era el muy perro?”
Cementerio = Muertos = Vivos que dejan de vivir = Vivos que gracias a eso han podido vivir menor.
¿Qué? ¿Os animáis a apuntaros también a la Hoguera Terrenal?
Solo a esta, pues a la del otro lado, a la de Sesión Eterna, os aseguro, que queráis o no allí nos encontraremos y eso no lo evitaremos.
FIN
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